El 14 de marzo nos despertamos con la imposición de una cuarentena cuyo objetivo no era otro que frenar la pandemia de Covid-19 que se había adueñado de nuestra tranquilidad. De la noche a la mañana, nuestra rutina cambió radicalmente y todos nuestros planes se vieron afectados. Pero, mientras el resto del mundo comenzábamos a observar la vida desde nuestros balcones, Txell y Borja se preparaban para uno de los días más importantes –y más atípicos– de sus vidas.
Ni la evolución del coronavirus en España durante las semanas previas a su enlace, ni el propio estado de alarma que el Gobierno decretó el mismo día de su boda, lograron impedir que esta pareja diera el “sí, quiero”. «Tres días antes de la boda todo comenzó a desmoronarse. El miércoles los músicos y la maquilladora fueron los primeros en cancelar; a menos de veinticuatro horas nos quedamos con diecisiete valientes (y locos) invitados y dos horas antes de la ceremonia nos llamaron del restaurante para confirmarnos que no podíamos celebrar el banquete ahí». Los invitados se cayeron de la lista, la ceremonia se ofició a puerta cerrada y la celebración que tenían prevista se canceló, pero su amor era lo primero y Txell y Borja decidieron no suspender la boda.
Tres días antes de la boda todo comenzó a desmoronarse. Nos quedamos con diecisiete valientes (y locos) invitados.
La boda de Txell y Borja es un claro ejemplo de que el amor todo lo puede y de que una pequeña fiesta de celebración puede convertirse en la más emotiva de todas. «Nuestra historia ha sido atípica desde el principio. Nos conocimos en el restaurante que Borja gestionaba. Ese día el camarero estaba enfermo y salió él a atendernos. Un mes después, tendríamos nuestra primera cita. Al poco tiempo decidimos irnos a vivir juntos y, unos meses después, nos fuimos de viaje tres semanas a Sri Lanka. La idea de casarnos no entraba en nuestros planes, pero después de tanto tiempo juntos, decidimos dar el paso». Durante tres meses idearon, como cualquier otra pareja, los detalles de su boda. Ajustaron la fecha a la visita del hermano de Txell, que vive en Colombia junto a su mujer. Lo que no se imaginaban es que un invitado de última hora truncaría los preparativos que con tanto esmero habían organizado.
Comenzaron a organizar una ceremonia sencilla en Dénia, pero finalmente decidieron celebrar su boda a 700 kilómetros de casa: Girona era el lugar elegido. «Recordé el restaurante al que le gustaba ir a mi abuela de recién casada, uno de los dos restaurantes más antiguos de Girona. Ahora lo lleva un chef joven, Marc Fiol, que se ha formado con Carme Ruscalleda. Reservamos una mesa, probamos los platos y nos gustó mucho. Cal Ros era nuestro sitio y lo cerramos en nuestra primera visita», cuenta Txell.
El coronavirus se abría paso y los planes empezaban a desmontarse. «El día de antes de nuestra boda, mientras comíamos en Can Roca con la familia, se anunció el confinamiento en Cataluña, así que la mayoría de invitados, a la altura de Tarragona, se vieron obligados a dar la vuelta». En ese momento, Txell y Borja decidieron reestructurar su plan. «La mañana de la boda fue un caos. A las 10:30 horas (dos horas y media antes de la boda), nos llamaron del restaurante para confirmarnos que no podíamos celebrar el banquete ahí. Conseguimos que una parte del menú lo pusieran en táperes y que nos empaquetaran algo de la decoración para llevarnos a casa de mis padres. Nos arreglamos como pudimos. Yo me peiné a mí misma y mi cuñada nos maquilló a todas. Mientras buscábamos mesas en casa de los vecinos para poder montar el banquete. Así que llegué casi 30 minutos tarde a mi boda» relata Txell.
Conseguimos que una parte del menú lo pusieran en táperes y que nos empaquetaran algo de la decoración para llevarnos a casa de mis padres.
Después de la tempestad llegó la calma. Txell llegó cogida del brazo de su padre al Salón de Audiencias del Teatro Municipal de Girona, donde Borja la estaba esperando impaciente. No tuvieron niños que les llevaran los anillos, sus madres tomaron este relevo. Y, pese a todos los pronósticos, la pareja pudo casarse. «Fue una boda muy emotiva con un ‘Sí, quiero, por supuesto’ y un ‘Sí, quiero, siempre’».
«El momento en el que Txell entró en la sala acompañada de su padre fue para mí el más mágico de todo el día. Todo lo que habíamos pasado había merecido la pena», afirma Borja. Txell lucía un vestido de novia que ella misma había diseñado –inspirado en el estilo de la gran Carolina Herrera– y que su modista Teresa Elvira Soler llevó a cabo. Se trataba de una falda con cintura alta y una camisa de hombre ceñida que acabó de combinar con una capa de Ted Baker que le prestó su amiga. Completó su look nupcial con un ramo de flores secas de La Bu, una tienda preciosa de arte floral y decoración de Girona. Por su parte, Borja tenía clarísimo que se casaría en vaqueros. Además, optó por americana de Pedro del Hierro, corbata roja de Hackett y camisa y chaleco de Macson.
Una vez convertidos en marido y mujer, no tomaron rumbo a Cal Ros, donde tenían previsto celebrar el banquete, sino que se dirigieron a casa de los padres de Txell. No hubo multitudes, ni música con DJ, pero lo disfrutaron igual por el hecho de estar rodeados de sus familiares más allegados. «Parecía una comida familiar en la que todo el mundo colaboraba. Comimos, bebimos, bailamos y disfrutamos de nuestro día y de nuestra boda especial, que nunca podremos olvidar».